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jueves, 18 de octubre de 2012

Conejo Rojo PARTE 2

2 meses depués de la muerte de Josué todos en casa seguíamos de luto. Papá lloraba en los rincones y mamá lloraba en todos lados, pero nunca lloraron juntos. Yo trataba de no dar problemas, de hecho trataba de no ser notado. La gente me preguntaba "¿Cómo te sientes?" y yo honestamente no sabia qué responder. Tras la muerte de Josué sentí un gran vacío que me hacía contemplar las paredes por horas, esperando a que Josué entrara a contarme un chiste para reírse de él después. Pero Josué nunca volvió.


1 mes después papá y mamá empezaron a pelear. Primero con gritos, después con golpes y al final con indiferencia. ¿Quién tenía la culpa de la muerte de Josué?, al parecer tampoco podían ponerse de acuerdo en eso.

Yo dejé de contemplar las paredes y volví a salir con Alex y Ramón. Cualquier actividad que me alejara de casa era excusa suficiente y creo que mi presencia tampoco era demasiado notada de cualquier modo.

Mi vida se convirtió en despertar en un hogar indiferente, ir a la escuea, volver a casa para comer lo que fuera e ir al parque de la Luz con Alex y Ramón.

El parque de la Luz se volvió mi refugio y siempre lamenté los hechos trágicos que ocurrieron ahí después de la muerte de Josué. Los lamento no porque el parque de la Luz haya sido mi refugio, sino porque creo que yo fui responsable de ellos.

Cuando Josué murió dejé de disfrutar todo lo que me hacía feliz .Me di cuenta de que lo que me unía a mis amigos era Josué y que, de hecho, todas mis relaciones se basaban en él. Papá me amaba porque yo era bueno con Josué y mamá me amaba, es cierto, pero mi hermano siempre requirió toda su atención. Cuando Josué se fue se llevó mi identidad y me di cuenta de que lo odiaba por ello.

Estuve triste, sí, pero esa tristeza se convirtió en el odio más profundo cuando descubrí que Josué se llevó toda mi capacidad para disfrutar la vida. Mamá jamás se dio cuenta pero papá podía intuirlo, "no es tu culpa" me decía, "déjalo ir" repetía todas las noches y se echaba mi culpa al hombro para pelear con mamá un poco más. Josué era la razón por la que peleaban y eso me hizo odiarlo aun más.

Para entonces dejé de juntarme con Alex y Ramón. Uno me parecía soberbio y el otro lento y torpe. Seguía visitando el parque de la Luz todos los días pero ahora lo hacía sólo y pasaba mi tiempo arrancando hierbas y pateando piedras.  Me escondía entre los árboles para tomar furiozamente puñados de tierra del suelo y soltarlos lentamente hasta que mis uñas sangraban. Después de un rato me calmaba lo suficiente como para volver a casa, bañarme y dormir. Pero no había ninguna cantidad de tierra que pudiera hacerme olvidar el odio que sentía por mi hermano Josué.

Un día Alex y Ramón fueron a verme, "vamos al parque" dijo Alex, pero yo no fui; o mejor dicho, no fui con ellos.

Cuando Alex y Ramón fueron al parque de la Luz sin mi, me encerré en mi habitación a dormir. Últimamente tenía mucho sueño y me daba por dormir, tal como lo hacía mamá todo el día excepto cuando papá llegaba y ambos peleaban.

Ese día la pelea fue particularmente fuerte, se insultaron mutuamente y papá golpeó a mamá con mucha fuerza. Mamá no lloró; hacía mucho que había dejado de llorar cuando papá la golpeaba. Solo limpiaba todo y regresaba a dormir. A veces cuando subía las escaleras a su habitación pasaba a mi lado pero no me miraba, como si yo no estuviera ahí. Ese día mamá vestía una blusa sin mangas así que pude ver con toda claridad los moretones viejos y nuevos que papá había dejado en sus brazos. Sentí rabia y quise huir al parque de la Luz pero papá me llamó. Estaba sentado en el porche de la casa y me dijo que iba a marcharse para ya no hacerle daño a mamá. Papá iba a marcharse porque golpeaba a mamá porque se echaba al hombro mi culpa y eso le hacía enojarse. Todo por la maldita culpa de mi hermano muerto Josué. "Déjalo ir" decía papá, "no es tu culpa".

Corrí al parque de la Luz a refugiarme entre los árboles. Alex y Ramón me vieron y me llamaron pero yo no me detuve. Solo quería esconderme; huir y dejar que el dolor de mis manos se lo llevara todo, odiaba a Josué, ¡lo odiaba! Todo era su culpa y ya no estaba aquí para darle su merecido.

Mi respiración era agitada pero maldije a Josué con cada paso. Corrí tan rápido y por tanto tiempo que cuando llegué a mi lugar entre los árboles quería vomitar. Me incliné apoyado a un arbusto y después de hacer varias arcadas escupí una pelotita suave y afelpada. Antes de desmayarme, recuerdo perfectamente haber pensado que si no fuera por el color rojo intenso, parecería una cola de conejo.

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